El amanecer pintaba el cielo con tonos suaves de rosa y azul cuando Adrian llegó a la plaza que bordeaba el lago. El agua estaba calma, reflejando la claridad del sol naciente como si guardara un secreto que solo los valientes podían descifrar.
Allí, en una banca de madera, Emili lo esperaba. Tenía el cabello suelto, que brillaba bajo la luz matinal, y en las manos sostenía un pequeño desayuno que había comprado de camino. No parecía nerviosa, aunque el leve tamborileo de sus dedos contra el vaso de café delataba que sí lo estaba.
—Buenos días —saludó ella al verlo acercarse. Extendió una taza de café hacia él con un gesto rápido, casi como queriendo deshacerse del compromiso—. Muy bien, vayamos al punto… ¿qué quiere saber?
Adrian la observó con atención. Hab