El motor del coche rugía suavemente en la carretera solitaria que se extendía entre bosques espesos y colinas onduladas. Emili había insistido en seguir a Adrian en su propio auto, pero él había negado con firmeza, mirándola a los ojos con una mezcla de paciencia y determinación.
—Quiero conversar un poco más contigo en el camino —dijo con voz tranquila, como quien no admite réplica.
Y así, sin más remedio, se encontró sentada en el asiento del copiloto, con los dedos entrelazados sobre sus rodillas, sintiendo el leve temblor de expectación que le recorría el cuerpo.
Por unos minutos, solo hubo silencio. El bosque parecía contener la respiración mientras avanzaban, hasta que Adrian habló.
—Creo que ha llegado el momento de contarte un poco sobre nuestra manada.