El aire vibraba con la intensidad del rugido de las multitudes. La arena se había convertido en un hervidero de voces, olor a sudor y tierra levantada por los combates. Bajo la atenta mirada de los jueces, los cuadriláteros circulares estaban preparados, cada uno delimitado por un círculo de piedra y símbolos grabados en el suelo que marcaban el límite de la contienda.
La primera ronda ya había terminado, dejando a varios fuera de combate y a otros en desventaja. La tensión crecía a cada minuto, porque las reglas eran claras: resistir de pie hasta que sonara la campana, sin garras ni colmillos, pero con todo el poder físico y espiritual que un lobo podía desplegar. Era un desafío diseñado no solo para probar fuerza bruta, sino disciplina y resistencia.
Adrián, como alfa de Luna Creciente, había reunido a su grupo antes de la segunda ronda. Los miró a todos con seriedad, el brillo de sus ojos mostrando una mezcla de orgullo y preocupación.
—Ya saben cómo es esto. Manténganse en pie, lu