La imagen temblorosa en la pantalla del celular mostraba a dos rostros que Emili había anhelado durante años: Lidia y Einar. El tiempo había dejado sus huellas, pero sus ojos brillaban con la misma calidez que ella recordaba de niña.
La joven se dejó caer en el sillón de la sala, aún con lágrimas corriéndole por las mejillas. Adrián se sentó a su lado en silencio, lo bastante cerca para que su hombro rozara el de ella, pero cuidando de no aparecer en la cámara. Sus manos, sin embargo, se mantenían unidas; Emili lo sentía como un ancla que la sostenía en medio de ese torbellino emocional.
—No puedo creer que sea real… —susurró ella, casi con miedo de que la llamada terminara de pronto—. Pensé que jamás los volvería a ver.
Lidia sonrió entre lágrimas, extendiendo la mano hacia la pantalla como si pudiera acariciarla.
—Mi niña… ¡has crecido tanto! ¡Mírate! Estás hermosa, más fuerte de lo que jamás imaginé.
Einar, con la voz grave y quebrada, apenas alcanzó a decir:
—Nuestro orgullo… siem