Adrián aún sentía en los labios el calor del beso de Emili cuando comprendió que aquel no era el momento. No podía permitirse perder el foco, no con la herida de ella fresca, ni con el futuro de toda la manada tambaleándose tras el ataque. Pero tampoco podía engañarse: la puerta entre ellos ya no estaba cerrada. Algo había quedado abierto, latiendo, prometiendo.
Se quedó un rato más en la sala, observando cómo el rostro de Emili recuperaba algo de color mientras descansaba en el sillón. El silencio se rompió cuando la puerta se abrió y entraron Clara y su tía, ambas lo saludaron con un leve gesto, y él lo interpretó como la señal que necesitaba.
—Queda en tus manos —susurró a Emili antes de dejarla bajo sus cuidados.
Se dirigió a su despacho y encendió el equipo que usaba para las videoconferencias con el consejo. No tardaron en aparecer los rostros solemnes de los ancianos y líderes que regían la Corte de Lobos. La mayoría mostraba rostros duros, sin expresión. Adrián sabía que ningu