El bosque ardía. Las llamas se alzaban como dedos hambrientos hacia el cielo nocturno, devorando todo a su paso. Valeria corría entre los árboles, con el corazón martilleando contra su pecho y el sabor metálico del miedo en la boca. No era solo su vida la que estaba en juego; su mano se posaba instintivamente sobre su vientre mientras esquivaba ramas caídas y saltaba sobre troncos humeantes.
La emboscada había sido perfecta. Demasiado perfecta. Los lobos de la manada de Rohan habían aparecido de la nada, rodeando el territorio norte de Kael cuando ella y él realizaban una inspección rutinaria. Ahora estaban separados, y el fuego que los atacantes habían iniciado para confundirlos se extendía sin control.
—¡Kael! —gritó Valeria, pero su voz se perdió entre el crepitar de las llamas y los aullidos distantes.
Un gruñido a su espalda la hizo girar bruscamente. Tres lobos de pelaje oscuro avanzaban hacia ella, con los ojos brillantes reflejando el fuego, las fauces abiertas mostrando colmi