El amanecer se derramaba sobre el territorio de la manada como oro líquido, pero Valeria no podía apreciar su belleza. Sentada en el porche de la cabaña principal, sus dedos tamborileaban nerviosamente sobre la madera desgastada mientras repasaba mentalmente los informes que habían llegado durante la noche.
—Tres patrullas atacadas en menos de una semana —murmuró para sí misma, la preocupación dibujando líneas en su frente.
La puerta se abrió tras ella y el aroma familiar de Kael inundó sus sentidos antes incluso de que él hablara.
—Deberías estar descansando —dijo él, su voz grave cargada de preocupación mientras se sentaba a su lado.
Valeria negó con la cabeza, su cabello oscuro deslizándose sobre sus hombros.
—No puedo descansar cuando hay lobos ahí fuera marcando nuestro territorio como si fuera suyo.
La guerra contra la manada de Damián había terminado apenas unas semanas atrás. Las heridas físicas comenzaban a sanar, pero las emocionales seguían abiertas, sangrantes. Y ahora est