La tormenta había llegado sin aviso, como un presagio de lo que estaba por venir. Valeria observaba desde la ventana de la cabaña cómo los árboles se doblaban bajo la furia del viento, mientras las gotas de lluvia golpeaban con violencia contra el cristal. Habían salido a inspeccionar los límites del territorio cuando el cielo se oscureció de repente, obligándolos a buscar refugio en esta vieja cabaña de cazadores que Damián conocía.
—La radio no funciona —dijo Damián, dejando el aparato sobre la mesa desgastada—. Y con este temporal, nadie vendrá a buscarnos hasta mañana.
Valeria se abrazó a sí misma, sintiendo un escalofrío que nada tenía que ver con el frío. Estar a solas con Damián, el Alfa que la había acogido en su manada cuando todos le dieron la espalda, despertaba en ella sensaciones que había intentado reprimir durante semanas.
—Al menos tenemos leña suficiente —respondió, acercándose a la chimenea donde las llamas comenzaban a crecer—. Y comida para pasar la noche.
Damián l