Carter Hall, con la rabia ardiendo dentro de él tras la trágica muerte de su hijo, arrastra hacia la oscura crueldad a una joven inocente para hacerla pagar por sus pecados, al punto de hacerla desear su liberación a través de la muerte, pero cuando él descubre su inocencia, todo cambia. ¿Logrará obtener su perdón? ¿Hasta dónde estará dispuesto a llegar en busca de redención? Todos los derechos reservados, inscrita en Safe Creative bajo número 2401236741503 de fecha 01/23/2024.
Leer másAlejandra se encontraba sentada en el borde de su cama, debatiéndose entre aceptar o no la invitación del chico que ahora era su novio.
La indecisión la atormentaba; la idea de pasar un día bajo el sol, en el yate de su novio destellaba con el atractivo del lujo y la aventura, pero había algo en su tono, un subtexto que no lograba descifrar, que la hacía dudar.
—¿Vas a quedarte aquí, mirando tu teléfono toda la noche? —preguntó su compañera de habitación, Valeria, mientras se retocaba el labial frente al espejo.
—No sé si ir —confesó Alejandra, mordiéndose el labio inferior.
—¡Por Dios, Ale! No seas mojigata, no pierdas la oportunidad de disfrutar, la vida es una sola y debes vivirla, además, no vas a ir sola con él, estarás rodeada de sus amigos, ve, seguramente, será divertido —le dijo su compañera de habitación rodando los ojos frente al espejo.
Las palabras de Valeria actuaron como un catalizador y Alejandra sintió cómo la determinación llenaba el vacío de la indecisión.
Tomó su móvil con una mezcla de resignación y expectativa, y sus dedos danzaron sobre la pantalla iluminada, enviando su aceptación a Hunter.
“Acepto ir contigo”, escribió aunque más para sí misma que para Valeria, quien ya celebraba con una risita complacida.
Sin embargo, en el mismo momento de enviarlo, no pudo evitar preguntarse si no era una equivocación, era imposible suprimir esa sensación de angustia en su pecho que la oprimía, como si una mano invisible se lo apretara.
“¿Habré hecho bien?”, se preguntó nerviosa, después de enviar el mensaje.
—Ya Ale, después de matar al tigre no puedes temerle al cuero —se dijo en voz alta, armándose de valor.
Así que suspiró profundo y caminó al baño para ducharse y arreglarse, tratando de controlar su creciente temor.
Mientras tanto, en un loft moderno y frío, Hunter sostenía su propio teléfono, viendo el mensaje de Alejandra aparecer en la pantalla.
Una sonrisa arrogante curvó sus labios mientras inclinaba la cabeza hacia atrás, dejando que la sensación de triunfo lo embriagara.
—¿Quién te escribe, René? —preguntó Mason, su amigo y cómplice de numerosas escapadas nocturnas, desde el sofá de cuero negro.
—Es Alejandra —respondió, su voz teñida de suficiencia —dice que irá conmigo al paseo donde la invité.
—Ah —Mason asintió, reconociendo el nombre—. Parece que por fin se te hizo con la niña buena. Pero ten cuidado, no todas son tan dóciles como parecen.
—Que tenga cuidado ella —la respuesta de Hunter fue un murmullo cargado de oscuridad —porque yo soy descendiente de familias poderosas.
Su apellido era sinónimo de poder y peligro, un legado que él no tenía intención de deshonrar.
—¿Quieres que te acompañe? —inquirió y el joven negó enérgicamente.
—¡No gracias! Para lo que voy a hacer no necesito ayuda.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó su amigo con curiosidad.
—Lo que hace un hombre con una mujer. Si ella está aceptando la invitación de ir en un yate a pasear conmigo, debe tener claro que no vamos a ver precisamente los pececitos —declaró sarcástico.
Rápidamente, escribió una réplica, asegurándose de que el control seguía siendo suyo: "Te recojo en media hora."
Al enviar el mensaje, Hunter se levantó, su figura alta y segura se recortaba contra el ventanal que ofrecía una vista panorámica de la ciudad. Hasta su sombra parecía impregnada de una autoridad inquebrantable.
De vuelta en su habitación, Alejandra sintió cómo su estómago se anudaba al leer la respuesta. Media hora. El tiempo se aceleraba y cada tic-tac del reloj marcaba el ritmo de sus latidos acelerados. Mientras seleccionaba meticulosamente su vestido, sus pensamientos revoloteaban como mariposas cautivas. “¿Qué hago?”, se preguntaba. “Es tarde para retroceder ahora”.
—Va a ser un día increíble —Valeria la animaba, ajustándole el broche del collar en torno a su cuello, sus ojos chispeantes de entusiasmo.
—Espero que tengas razón —dijo Alejandra, intentando convencerse a sí misma más que a su amiga.
Su reflejo en el espejo le devolvió la imagen de alguien a punto de embarcarse en un viaje incierto, con la esperanza y el temor, compartiendo el mismo espacio en sus ojos color miel.
—Confía en mí —aseguró Valeria, dándole una palmada suave en la espalda antes de empujarla suavemente hacia la puerta—. Y si no, al menos tienes una historia que contar.
Alejandra asintió, pero en su interior, la semilla de la duda había echado raíces, oscureciendo el brillo de las luces de la ciudad que comenzaba a contemplar desde la ventana de su habitación.
En el tiempo estipulado, Hunter la recogió, y cuarenta y cinco minutos después, el coche de Hunter se detuvo con suavidad frente al muelle.
Alejandra vaciló antes de bajar del vehículo, sus ojos fijos en la vasta nada que se extendía más allá del embarcadero. No había nadie a la vista, solo el yate de Hunter balanceándose ligeramente con el vaivén de las olas.
—¿Dónde están tus amigos? —preguntó con una voz que intentaba parecer segura, pero que traicionaba un temblor leve.
—Están esperándonos en alta mar —respondió Hunter con una sonrisa despreocupada—. Será más emocionante encontrarnos con ellos fuera de la costa.
La respuesta no logró calmar el vendaval de inquietud que soplaba dentro de Alejandra, pero asintió, empujada, por la corriente invisible del destino que parecía llevarla hacia adelante.
El yate zarpó con elegancia, cortando las aguas tranquilas bajo la atenta mirada de un sol radiante. Alejandra observaba el horizonte, cada milla náutica, alejándola más de la seguridad de la tierra firme.
—Relájate —dijo Hunter, activando el piloto automático antes de dirigirse hacia la cubierta interior—. Voy a preparar algo para beber.
—Algo ligero, ¿verdad? —pidió ella, recordando su propia vulnerabilidad ante el alcohol.
—Por supuesto —aseguró él, y su tono era miel envenenada.
Las copas tintinearon con un brindis silencioso mientras la noche devoraba los últimos vestigios de luz solar. Alejandra aceptó la suya con dedos temblorosos, llevándosela a los labios y notando el calor del líquido, descendiendo por su garganta.
—Me siento extraña —confesó, poniéndose de pie para alejarse de él, su cuerpo ya pesado y confuso.
—Es sólo el oleaje —dijo Hunter, acercándose con una lentitud predadora.
—¿Y tus amigos? Pensé que estarían aquí —su voz era ahora un hilo frágil, perdido en el viento.
—Te mentí —admitió él con frialdad—. Como también te mentí sobre la bebida.
Alejandra sintió cómo el mundo se inclinaba peligrosamente. Dio un paso atrás, tropezando con el mobiliario de la cubierta. El corazón le latía frenético, sabiendo que estaba sola, atrapada en mitad del océano con un hombre que mostraba su verdadera cara.
—Por favor —suplicó, retrocediendo mientras él avanzaba—, no me vayas a hacer daño.
—Los Kent siempre conseguimos lo que queremos —murmuró él, su agarre como hierro en su brazo—. Y yo quiero esto.
Ella luchó, esquivó su boca que buscaba la suya con una urgencia desesperada. Las palabras eran ecos distantes, gritos amortiguados por el miedo y la adrenalina.
—¡Auxilio! Por favor, ¡Ayuda! —gritó Alejandra desesperada—, que alguien me ayude —gritó en vano.—Nadie te escuchará —respondió el chico con soberbia, para segundos después rasgar su vestido, el sonido desgarrador como un presagio de horrores venideros.
—¡¡No!! Esto no era así… Yo no vine a hacer nada más —pronunció huyendo, pero el efecto de cualquiera que sea lo que hubiese tomado ganaba terreno sobre su cuerpo.
—Te prometo que te va a gustar —dijo en tono suave, sin dejar de perseguirla
—Por favor no… —pronunció en tono de súplica, moviendo su cabeza de un lado a otro para evitar que la besara.
Una arcada llegó a su garganta mientras sintió las lágrimas quemar su rostro.
—Por favor, Alejandra, deja de resistirte, ¿En serio no sabías a qué venías? Porque si es así, eres más tonta de lo que pensaba.
El miedo la invadió, su corazón palpitó con fuerza en su pecho, mientras un sudor frío recorría su espalda, sabía que debía huir porque de lo contrario terminaría siendo abusada, y sabía que debía hacerlo antes de que perdiera el control sobre su cuerpo.
—¡Déjame! —gritó, encontrando fuerza en el terror para darle una patada certera.
Hunter se dobló por el dolor, y ella corrió, una gacela perseguida por un depredador demasiado seguro de su victoria.
Llegó a la barandilla, el vasto océano, un testigo silente de su lucha. Él la alcanzó, sus manos se cerraron sobre su piel como garras, y ella le dio un empujón desesperado, el cuerpo del chico cedió y cayó al mar.
Alejandra se quedó paralizada, la respiración entrecortada, el corazón martillando contra su pecho. Antes de que pudiera procesar su escape, la oscuridad se arremolinó en torno a ella, tragándola en un abismo sin fondo, y el mundo se apagó, mientras ella se golpeaba la cabeza.
Y ganó Angie, porque a pesar de parecer que se desmayaría, no lo hizo.—¿Este es mi hijo? —peguntó visiblemente emocionado.—Si mi amor, y esa es la imagen de él.Enseguida, un grito de alegría salió de la boca de René, cargó a Angie, le dio la vuelta, la dejó en el suelo y salió a buscar a Xaria.—Xaria, hermanita ¡Vas a ser tía! —exclamó y la niña comenzó a brincar emocionada.—Ramsés, seremos tíos ¡Al fin! —chilló la niña y entre ellos dos enteraron a toda la gente que empezó a también a emocionarse.—¿Y yo también seré tía? —preguntó Layna la hija de cuatro años de Zareli con sus ojos ilusionados.—No, este es mi hermano… tú tienes que tener tu propio hermano —protestó Xaria celosa abrazando a René con posesión.—Pero es que… yo tenía un hermanito… y se me murió… yo entonces nunca seré tía —pronunció la niña con tristeza y se sentó, sin dejar de llorar.René corrió hacia ella y la cargó.—Claro que si serás tía, si tú quieres yo también puedo ser tu hermano —le dijo cariñosamente
Cuatro años despuésEl auditorio se llenó de aplausos y el aire se impregnó de una aroma fresca. René estaba de pie en el podio, con el corazón martilleándole contra las costillas, en marcado contraste con la serena sonrisa que lucía. Estaba muy emocionado, sus ojos bailaron sobre el mar de rostros que tenía delante, pero se detuvieron en unos pocos en particular: la tierna mirada de Angie, la orgullosa postura de su padre Carter, el asentimiento de apoyo de Alejandra, el entusiasmo centelleante de Xaria y la sonrisa afable de sus abuelos y suegros.—Hoy —comenzó, con voz firme a pesar de los temblores que sentía, —no sólo marca la culminación de nuestro viaje académico, sino también la celebración de la resiliencia dentro de cada uno de nosotros.Miró sus notas, pero las palabras parecían innecesarias. En su lugar, habló desde el corazón, relatando las batallas libradas tanto en la biblioteca como en su interior, con un suave timbre de gratitud.Al concluir la ceremonia, Angie fue e
Tres meses después.La grandeza de la basílica más grande de Roma se alzó sobre la reunión, sus antiguas piedras eran un testimonio silencioso de las innumerables uniones que había presenciado. Dentro, solo estaba la familia Hall y algunos invitados de la familia de la novia, solo ellos eran suficiente, es que prácticamente por sí mismos eran una congregación, un extenso tapiz de tíos, tías, cónyuges y multitud de primos entretejiéndose entre los bancos, su presencia colectiva bastaba para llenar el sagrado espacio.En el centro de la procesión, la pequeña Xaria sujetaba la almohada con las alianzas, sus pequeñas manos firmes a pesar de la magnitud de su papel.A su lado caminaba un niño, hijo de uno de los socios comerciales de su padre, con un traje en miniatura, impecablemente confeccionado, pero con los ojos muy abiertos que delataban su nerviosismo.Y es que no era para menos, porque momentos antes Carter, en un ataque de celos infantil, había amenazado al pequeño sin que nadie
René por un momento sintió miedo de que esa reacción de ella significara que lo rechazaba, pero lo que no sabía es que Angie estaba tan impactada que en su interior estaba sufriendo un cataclismo de emociones, un dolor sordo se instaló en su pecho, por completo conmovida por la revelación y la carga de sufrimiento que René había estado llevando. No podía reaccionar, estaba como pasmada ante esa confesión, solo volvió en sí cuando lo vio levantarse, lo tomó del brazo mirándolo a los ojos en una mirada que decía mucho, aunque aún sin poder hablar, pero intentando transferirle algo de la fuerza que él parecía necesitar tanto.La noche pareció extenderse alrededor de ellos, haciéndose más densa con la revelación. Angie sintió un torbellino de sentimientos: ira, pena, impotencia, frustración… pero, ante todo, una abrumadora compasión por el niño que René había sido y por el hombre en que se había convertido a pesar de sus cicatrices.—Lo siento tanto, René —dijo ella suavemente, su voz,
Al final la madre de Angie sonrió y se levantó de donde había permanecido sentada.—Bueno, creo que voy a ir a preparar una cena que les debo —declaró en tono alegre.—Tengo una mejor idea… yo puedo ayudar a hacer la cena —propuso René y todos lo miraron sorprendidos. El rostro de sus futuros suegros con una expresión de duda.—Amor, creo que no podrás hacerlo, tienes tu pie malo —dijo ella preocupada, tratando de persuadirlo de esa idea.—Princesa, es mi pie el que está malo, mis manos están perfectamente bien —expuso levantándolas como para dar mayor fuerza a sus palabras, Angie solo asintió.—Está bien, te ayudo a cortar las verduras y aliños, no tendrás mejor ayudante que yo.Cuando René comenzó a preparar la comida, Angie y su madre se sentaron en el mesón a ayudándolo a cortar, pero también observándolo sin dejar de hablar animadamente. Las manos de la chica se movieron con gracia mientras explicaba algo con esa pasión contagiosa que siempre le brotaba naturalmente y que causa
René se había quedado paralizado en el marco de la puerta, su corazón latiendo con una intensidad que amenazaba con romperle el pecho. La conversación había resonado en él como un despertar brutal; su lucha por mantenerse limpio, sus esfuerzos por reconstruir su vida, todo parecía desmoronarse con cada sílaba que el padre de Angie pronunciaba. Pero había algo más, una determinación férrea en la voz de la joven, una promesa no dicha de lealtad y fe en él.Por un momento quiso girarse e irse, porque en el fondo no quería ponerla a escoger entre sus padres y él, eso sería demasiado cruel.—Buenas noches —saludó René finalmente, dando un paso adelante hacia la luz del comedor donde los dos se enfrentaban. Su figura era una sombra contra la penumbra del pasillo, pero su voz llevaba consigo un temblor de emoción que no pudo ocultar.La joven giró sorprendida por la aparición repentina de René. Su rostro, iluminado por el tenue resplandor de las lámparas, mostraba signos del conflicto int
Último capítulo