Capítulo 5: Una vendetta. 

Carter se quedó mirándola con absoluto odio, ni una pizca de arrepentimiento se dibujó en su rostro. Se levantó de la cama completamente desnudo y se acercó lentamente a ella como una fiera a punto de atrapar a su presa. 

Clara observaba la escena con una sonrisa satisfecha, disfrutando de cada segundo de ese amargo espectáculo.

Carter finalmente estaba junto a Alejandra, su rostro tan cerca que ella podía sentir su aliento tibio mezclado con el aroma del licor que había bebido. 

Pasó un dedo por la mejilla de Alejandra, un gesto que en otro tiempo habría sido tierno, ahora solo la llenaba con más desesperación y desilusión.

—Porque puedo —respondió Carter, finalmente, su voz era tan fría como el hielo. Su respuesta fue tan despiadada que la hizo temblar de rabia y tristeza—. Porque no me importas, porque te engañé, porque nunca te he amado y nunca lo haré, porque todo es parte de una trampa —le dijo en un susurro, sin tacto, mientras ella lo miraba con los ojos anegados en lágrimas y un intenso dolor en su pecho, porque sentía su alma completamente rota.

La mujer que lo acompañaba río, una risa afilada y fría que rebotó en las paredes de la habitación y se instaló como un eco siniestro en los oídos de la traicionada chica. 

Se levantó entonces, envuelta en las sedosas sábanas de la cama matrimonial, y miró a Alejandra con desprecio.

—Ya es suficiente, querida —dijo Clara con un tono burlón—. No te hagas más daño.

La ira quemó a Alejandra, superando cualquier rastro de dolor. Con cada palabra, cada risa, aquel fuego interno se volvía más violento y arrasador. Pero no iba a darles el placer, así que no dijo nada, ni una sola palabra volvió a salir de su boca.

Los miró un segundo más y salió de allí sin mirar atrás, mientras corría, el pie se le dobló y el tacón se le rompió, se detuvo apenas un par de segundos para arrancárselos de un tirón, sin siquiera prestar atención de las heridas que se causó. 

Corrió a cubierta, buscando un lugar donde esconderse, aunque sabía que no había dónde escapar, porque estaban en alta mar y ella no podía salir de allí sin ayuda, atravesó la multitud atrayendo las miradas de todos, pero cuando estaba justo en el centro de todos, apareció Carter, solo vestido con una ropa interior y de la mano de Clara, no se necesitaba ser muy espabilado para darse cuenta donde habían estado esos dos, agregándole de esa manera más humillación a Alejandra de la que ya sentía.

—¿Dónde crees que vas? ¿Piensa que te dejaré ir así como así? —inquirió Carter, su voz llena de burla y desdén con una risa sarcástica.

Su voz retumbó en los oídos de Alejandra, cada palabra como una bofetada más a su ya golpeado orgullo.

Alejandra detuvo a regañadientes su avance hacia las sombras. El silencio era profundo, y todos los ojos en la cubierta estaban fijos en ella. 

Se giró lentamente para enfrentarse a él. Su corazón golpeó con fuerza en su pecho; sabía que no estaba preparada para un enfrentamiento, pero tampoco podía huir.

Al girarse, vio a Clara, aferrándose a Carter como si fuera un trofeo, sólo sonrió y levantó una ceja desafiante. El odio que Alejandra sintió por ellos creció hasta el punto en que casi podía sentir su sangre hirviendo.

—Déjame en paz, Carter —replicó Alejandra con un tono de súplica. Pero hasta para ella, sus palabras sonaban débiles y vacías.

Carter soltó una carcajada cruel, haciéndola sentir aún más pequeña. Mientras Clara, con su risita maliciosa, envolvente como un eco funesto, parecía estar disfrutando del espectáculo.

—¿En serio crees que tienes el derecho de vivir en paz? —inquirió con rabia, y acercándose a ella, la tomó por el brazo sin dejar de sacudirla.

—¡Suéltame! —exclamó ella con dignidad, pero eso provocó más la rabia en el hombre.

—¡Te crees muy digna cuando no eres más que una m*****a asesina! —exclamó Carter lleno de furia.

El rostro de Alejandra palideció, sintiéndose agobiada por sus palabras. Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas, pero ella rápidamente las secó con el dorso de su mano.

La gente se reunió alrededor de ellos, a la expectativa de lo que ocurriría, la tensión eléctrica en el aire provocó un silencio ensordecedor. Alejandra sintió los ojos de todos sobre ella, juzgándola. 

Su mente corrió frenéticamente buscando una salida, una solución, pero cada vez se sentía más acorralada.

Con un rápido movimiento, intentó liberarse de su agarre, pero Carter era demasiado fuerte. Su rostro se tornó pálido y sus ojos estaban llenos de miedo, pero también de determinación. No podía permitir que Carter le quitara su dignidad.

—¡No soy una asesina! —gritó Alejandra en desesperación. Sus palabras rebotaron en el lugar, dejando un eco que parecía resonar con su dolor.

Carter se rió nuevamente, su risa se volvió aún más cruel y fría. 

—¿Ah, no? —dijo con sarcasmo—. Entonces, ¿Cómo explicas la muerte de mi hijo? Fue tu culpa, ¡Y lo sabes! Y eso vas a pagármelo, escapaste de la justicia, pero no lo harás de mi mano —sentenció mientras ella lo miraba sorprendida al mismo tiempo que negaba con la cabeza sin poder creer lo que estaba ocurriendo.

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