DE PRISIONERA A REINA. MI PEQUEÑA INOCENTE ESPOSA
DE PRISIONERA A REINA. MI PEQUEÑA INOCENTE ESPOSA
Por: Jeda Clavo
Capítulo 1: Una mala decisión.

Alejandra se encontraba sentada en el borde de su cama, debatiéndose entre aceptar o no la invitación del chico que ahora era su novio.

La indecisión la atormentaba; la idea de pasar un día bajo el sol, en el yate de su novio destellaba con el atractivo del lujo y la aventura, pero había algo en su tono, un subtexto que no lograba descifrar, que la hacía dudar.

—¿Vas a quedarte aquí, mirando tu teléfono toda la noche? —preguntó su compañera de habitación, Valeria, mientras se retocaba el labial frente al espejo.

—No sé si ir —confesó Alejandra, mordiéndose el labio inferior.

—¡Por Dios, Ale! No seas mojigata, no pierdas la oportunidad de disfrutar, la vida es una sola y debes vivirla, además, no vas a ir sola con él, estarás rodeada de sus amigos, ve, seguramente, será divertido —le dijo su compañera de habitación rodando los ojos frente al espejo.

Las palabras de Valeria actuaron como un catalizador y Alejandra sintió cómo la determinación llenaba el vacío de la indecisión.

Tomó su móvil con una mezcla de resignación y expectativa, y sus dedos danzaron sobre la pantalla iluminada, enviando su aceptación a Hunter.

“Acepto ir contigo”, escribió aunque más para sí misma que para Valeria, quien ya celebraba con una risita complacida.

Sin embargo, en el mismo momento de enviarlo, no pudo evitar preguntarse si no era una equivocación, era imposible suprimir esa sensación de angustia en su pecho que la oprimía, como si una mano invisible se lo apretara.

“¿Habré hecho bien?”, se preguntó nerviosa, después de enviar el mensaje. 

 —Ya Ale, después de matar al tigre no puedes temerle al cuero —se dijo en voz alta, armándose de valor.

 Así que suspiró profundo y caminó al baño para ducharse y arreglarse, tratando de controlar su creciente temor. 

Mientras tanto, en un loft moderno y frío, Hunter sostenía su propio teléfono, viendo el mensaje de Alejandra aparecer en la pantalla.

Una sonrisa arrogante curvó sus labios mientras inclinaba la cabeza hacia atrás, dejando que la sensación de triunfo lo embriagara.

—¿Quién te escribe, René? —preguntó Mason, su amigo y cómplice de numerosas escapadas nocturnas, desde el sofá de cuero negro.

—Es Alejandra —respondió, su voz teñida de suficiencia —dice que irá conmigo al paseo donde la invité.

—Ah —Mason asintió, reconociendo el nombre—. Parece que por fin se te hizo con la niña buena. Pero ten cuidado, no todas son tan dóciles como parecen.

—Que tenga cuidado ella —la respuesta de Hunter fue un murmullo cargado de oscuridad —porque yo soy descendiente de familias poderosas.

Su apellido era sinónimo de poder y peligro, un legado que él no tenía intención de deshonrar.

—¿Quieres que te acompañe? —inquirió y el joven negó enérgicamente.

—¡No gracias! Para lo que voy a hacer no necesito ayuda.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó su amigo con curiosidad.

—Lo que hace un hombre con una mujer. Si ella está aceptando la invitación de ir en un yate a pasear conmigo, debe tener claro que no vamos a ver precisamente los pececitos —declaró sarcástico.

Rápidamente, escribió una réplica, asegurándose de que el control seguía siendo suyo: "Te recojo en media hora."

Al enviar el mensaje, Hunter se levantó, su figura alta y segura se recortaba contra el ventanal que ofrecía una vista panorámica de la ciudad. Hasta su sombra parecía impregnada de una autoridad inquebrantable.

De vuelta en su habitación, Alejandra sintió cómo su estómago se anudaba al leer la respuesta. Media hora. El tiempo se aceleraba y cada tic-tac del reloj marcaba el ritmo de sus latidos acelerados. Mientras seleccionaba meticulosamente su vestido, sus pensamientos revoloteaban como mariposas cautivas. “¿Qué hago?”, se preguntaba. “Es tarde para retroceder ahora”.

—Va a ser un día increíble —Valeria la animaba, ajustándole el broche del collar en torno a su cuello, sus ojos chispeantes de entusiasmo.

—Espero que tengas razón —dijo Alejandra, intentando convencerse a sí misma más que a su amiga.

Su reflejo en el espejo le devolvió la imagen de alguien a punto de embarcarse en un viaje incierto, con la esperanza y el temor, compartiendo el mismo espacio en sus ojos color miel.

—Confía en mí —aseguró Valeria, dándole una palmada suave en la espalda antes de empujarla suavemente hacia la puerta—. Y si no, al menos tienes una historia que contar.

Alejandra asintió, pero en su interior, la semilla de la duda había echado raíces, oscureciendo el brillo de las luces de la ciudad que comenzaba a contemplar desde la ventana de su habitación.

En el tiempo estipulado, Hunter la recogió, y cuarenta y cinco minutos después, el coche de Hunter se detuvo con suavidad frente al muelle.

Alejandra vaciló antes de bajar del vehículo, sus ojos fijos en la vasta nada que se extendía más allá del embarcadero. No había nadie a la vista, solo el yate de Hunter balanceándose ligeramente con el vaivén de las olas.

—¿Dónde están tus amigos? —preguntó con una voz que intentaba parecer segura, pero que traicionaba un temblor leve.

—Están esperándonos en alta mar —respondió Hunter con una sonrisa despreocupada—. Será más emocionante encontrarnos con ellos fuera de la costa.

La respuesta no logró calmar el vendaval de inquietud que soplaba dentro de Alejandra, pero asintió, empujada, por la corriente invisible del destino que parecía llevarla hacia adelante.

El yate zarpó con elegancia, cortando las aguas tranquilas bajo la atenta mirada de un sol radiante. Alejandra observaba el horizonte, cada milla náutica, alejándola más de la seguridad de la tierra firme.

—Relájate —dijo Hunter, activando el piloto automático antes de dirigirse hacia la cubierta interior—. Voy a preparar algo para beber.

—Algo ligero, ¿verdad? —pidió ella, recordando su propia vulnerabilidad ante el alcohol.

—Por supuesto —aseguró él, y su tono era miel envenenada.

Las copas tintinearon con un brindis silencioso mientras la noche devoraba los últimos vestigios de luz solar. Alejandra aceptó la suya con dedos temblorosos, llevándosela a los labios y notando el calor del líquido, descendiendo por su garganta.

—Me siento extraña —confesó, poniéndose de pie para alejarse de él, su cuerpo ya pesado y confuso.

—Es sólo el oleaje —dijo Hunter, acercándose con una lentitud predadora.

—¿Y tus amigos? Pensé que estarían aquí —su voz era ahora un hilo frágil, perdido en el viento.

—Te mentí —admitió él con frialdad—. Como también te mentí sobre la bebida.

Alejandra sintió cómo el mundo se inclinaba peligrosamente. Dio un paso atrás, tropezando con el mobiliario de la cubierta. El corazón le latía frenético, sabiendo que estaba sola, atrapada en mitad del océano con un hombre que mostraba su verdadera cara.

—Por favor —suplicó, retrocediendo mientras él avanzaba—, no me vayas a hacer daño.

—Los Kent siempre conseguimos lo que queremos —murmuró él, su agarre como hierro en su brazo—. Y yo quiero esto.

Ella luchó, esquivó su boca que buscaba la suya con una urgencia desesperada. Las palabras eran ecos distantes, gritos amortiguados por el miedo y la adrenalina.

—¡Auxilio! Por favor, ¡Ayuda! —gritó Alejandra desesperada—, que alguien me ayude —gritó en vano.

—Nadie te escuchará —respondió el chico con soberbia, para segundos después rasgar su vestido, el sonido desgarrador como un presagio de horrores venideros.

—¡¡No!! Esto no era así… Yo no vine a hacer nada más —pronunció huyendo, pero el efecto de cualquiera que sea lo que hubiese tomado ganaba terreno sobre su cuerpo.

 —Te prometo que te va a gustar —dijo en tono suave, sin dejar de perseguirla 

 —Por favor no… —pronunció en tono de súplica, moviendo su cabeza de un lado a otro para evitar que la besara.

Una arcada llegó a su garganta mientras sintió las lágrimas quemar su rostro.

—Por favor, Alejandra, deja de resistirte, ¿En serio no sabías a qué venías? Porque si es así, eres más tonta de lo que pensaba.

El miedo la invadió, su corazón palpitó con fuerza en su pecho, mientras un sudor frío recorría su espalda, sabía que debía huir porque de lo contrario terminaría siendo abusada, y sabía que debía hacerlo antes de que perdiera el control sobre su cuerpo.

—¡Déjame! —gritó, encontrando fuerza en el terror para darle una patada certera.

Hunter se dobló por el dolor, y ella corrió, una gacela perseguida por un depredador demasiado seguro de su victoria.

Llegó a la barandilla, el vasto océano, un testigo silente de su lucha. Él la alcanzó, sus manos se cerraron sobre su piel como garras, y ella le dio un empujón desesperado, el cuerpo del chico cedió y cayó al mar.

Alejandra se quedó paralizada, la respiración entrecortada, el corazón martillando contra su pecho. Antes de que pudiera procesar su escape, la oscuridad se arremolinó en torno a ella, tragándola en un abismo sin fondo, y el mundo se apagó, mientras ella se golpeaba la cabeza.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo