Capítulo 20.
Juro que iba a matar a quien se atrevió a tocar la puerta. Tenía el cuerpo de Camila debajo del mío, sus labios temblando contra los míos, el calor de su piel y el vestido a medio caer… y de pronto, tres malditos golpes lo arruinaron todo.
Me aparté de ella con rabia contenida. Estaba excitado, frustrado, con la sangre hirviendo. Ella corrió al baño como si hubiera visto un fantasma, como si lo que acabábamos de hacer fuera un crimen. Cerró la puerta y yo me quedé solo, respirando como un animal enjaulado.
Me levanté, acomodé la camisa y la corbata torcida, y abrí la puerta con la furia todavía en el pecho.
Era Amelia.
—Señor, traigo la agenda de la señora para hoy.
Sentí cómo la ira me golpeaba el estómago.
—¡¿En serio?! —le gruñí, casi escupiéndole las palabras—. ¿No encontraste otro maldito momento?
Ella no se movió. Ni se inmutó. Tenía esa calma que a veces parecía burla. Dejó los papeles sobre la mesa de la entrada y me sostuvo la mirada.
—Solo cumplo con mi trabajo.
Yo apreté lo