CAPÍTULO 89 — LA MUERTE DEL EMPERADOR.
Esa noche, el palacio de Zafir quedó en silencio. Solo se escuchaba el viento moviendo las cortinas pesadas y el crujir de los pisos antiguos. En la habitación del emperador, las velas titilaban, lanzando sombras largas sobre las paredes. El viejo respiraba con dificultad, el sudor le empapaba el rostro. Los médicos se movían sin saber qué hacer, confundidos, murmurando entre ellos. Nadie podía explicar lo que le pasaba. Fiebre, escalofríos, malestar general, pero sin causa aparente. Algunos decían que era veneno. Otros, que era la vejez cobrando su última factura.
Pasada la medianoche, el emperador soltó un suspiro largo. Su cuerpo se estremeció una última vez, y el silencio llenó la habitación. Uno de los sirvientes salió corriendo a buscar a Eros.
El príncipe heredero entró con dramatismo, descalzo, el cabello desordenado, fingiendo desesperación.
—¡Padre! ¡No me deje! —gritó mientras se arrodillaba junto a la cama.
Sus manos temblaban, los gritos llenaron los pasillos, y en minuto