CAPÍTULO 88— EL ACUERDO Y EL BESO.
El duque Lysmar recibió a Carlos en su despacho esa misma tarde.
El ambiente era tenso, serio. Los guardias se habían retirado, dejando a ambos hombres frente a frente. El duque no perdió tiempo en cortesías.
—Voy a ser claro, príncipe —dijo, con voz grave—. No me importa que venga de un reino vecino ni que lleve sangre real. Si algún día lastima a mi hija, seré yo quien le declare la guerra.
Carlos sostuvo su mirada sin moverse.
—Lo entiendo, excelencia. No pretendo dañarla.
El duque lo observó unos segundos, buscando alguna señal de arrogancia o mentira. No la encontró.
—Bien. ¿Cuándo será la boda? —preguntó al fin, resignado.
—Cuanto antes —respondió Carlos—. Debo volver pronto a Lumeria. Si me lo permite, podría llevarla conmigo en un mes.
El duque asintió despacio.
—Está bien. En un mes. No me gusta la idea, pero confío en que sabrá cuidarla.
Ambos se pusieron de pie. Cerraron el acuerdo con un apretón de manos firme, seco. No había sonrisas ni emociones, solo una promesa silenci