8. Jaula de luna.
Mi cuerpo me traiciona. Siempre lo ha hecho, pero ahora lo hace con una precisión cruel, con una obediencia instintiva que no entiende de orgullo ni de voluntad. No importa cuánto lo niegue, cuánto me odie por sentirlo, cuánto maldiga en silencio cada latido que lo delata… cuando él me toca —cuando Averis me toma con esa certeza que no admite preguntas, con esa calma feroz de quien sabe que todo lo que abarca le pertenece— algo en mí se enciende. No es un fuego común. Es una melodía prohibida, una canción que nunca aprendí, pero que mi carne reconoce con una devoción que me asusta, como si hubiera estado grabada en mis huesos mucho antes de nacer.
Ahora, en esta celda húmeda, donde las paredes rezuman agua y el aire huele a piedra mojada y a oscuridad añeja, esa melodía regresa. No llega como un recuerdo claro, sino como un eco viscoso que se arrastra bajo mi piel, que vibra lento en la carne de mis muslos, que pulsa en mis pechos como si cada latido quisiera despertarme desde adentro