Pasan varios días, semanas para mí.

El frío de la piedra se filtra por la tela fina de mi vestido. Estoy en lo que llaman “sala de instrucción”, pero para mí es una jaula disfrazada de disciplina. Un círculo de poder arde bajo mis pies, invisible pero vivo, como si cada línea grabada en el suelo respirara y vigilara. Sé que si doy un paso fuera del límite, la energía me empujará de regreso con violencia.

Frente a mí, Lady Serhane, una beta con mirada de cuchilla y sonrisa de miel podrida, se pasea con un pergamino en las manos. No es mayor que yo, pero actúa como si hubiera nacido con corona. Me observa como se observa a una presa que se quiere devorar lentamente.

—Mantén la espalda recta. No inclines la cabeza, salvo que un alfa lo ordene. No respires tan fuerte. Tu voz… demasiado grave para una dama. —susurra, casi con deleite, como si cada defecto que nombra fuera un regalo que envuelve para luego romper.

Yo sostengo su mirada. No inclino la cabeza. No le doy ese gusto.

El tic en s