9. Lo que no sabe el Alfa.

Las sombras se agitan al fondo de la celda, como si una de ellas hubiera decidido tomar forma, y entonces lo veo: un hombre apoyado con calma contra la pared, medio envuelto en penumbra, observándome sin la impaciencia depredadora que conozco, sino con una quietud que casi resulta incómoda. No sé cuánto tiempo lleva ahí, si sus ojos me siguieron desde el principio o si llegó justo al final, pero su presencia no me hiere como imaginé… me intriga.

Es más joven que Averis, más esbelto, con un aire contenido que choca con la brutalidad a la que estoy acostumbrada. El cabello oscuro le cae en mechones suaves sobre los hombros, encuadrando un rostro en el que los rasgos, afilados pero serenos, parecen tallados para mirar sin invadir. Y sus ojos… no me devoran. Me observan como quien estudia un fuego desde la distancia justa, con algo que podría ser respeto… o tal vez compasión.

—¿Quién eres? —pregunto, y la voz me sale irregular, atrapada entre el jadeo aún caliente y el frío repentino que
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