59. El Regreso de Averis.
No hay anuncio. No hay trueno, ni presagio en las nubes, ni el temblor bajo la tierra que tantas veces imagino que precede su regreso. Es más sutil, más perverso, y sin embargo imposible de ignorar. La primera señal se presenta en las ausencias, silenciosas y agudas como cuchillas: Delph, uno de los centinelas del este, no aparece en la ronda del alba, y al principio creo que ha dormido de más, que la pereza o la fatiga lo han detenido, pero al caer la noche su lecho sigue intacto, sin huella de cuerpo ni de lucha, como si la tierra lo reclamara; luego es Vira, la joven que siempre me trae hierbas para los rituales, y después Eno, que jamás se aleja sin dejar un rastro. Todos desaparecen sin sonido, como si la niebla los tragara, y con cada ausencia el aire del santuario se vuelve más pesado, más húmedo, como si la misma sombra del regreso de Averis se filtrara entre las piedras y las llamas de las antorchas.
La segunda señal llega con susurros que se arrastran por los corredores, voc