Desde hace días, siento algo que se arrastra bajo mi piel con la suavidad y la constancia de una serpiente saciada pero que nunca se duerme del todo, algo que no puedo nombrar con palabras simples ni encerrar en la razón, algo que se mueve con un pulso propio, ajeno a mi voluntad, que aparece cuando mi mente cree estar ocupada, cuando doy órdenes, cuando camino entre los adeptos o hablo con los Alfas, y de repente me descubro extendiendo los dedos hacia el aire, acariciando un espacio vacío, estremeciéndome sin motivo, respondiendo a un llamado que surge desde lo más profundo de mi vientre sin que yo lo haya convocado. No sé cuándo comienza, quizá la noche en que sueño con su cuerpo sin verlo, o mucho antes, en un instante que mi memoria olvida pero que mi carne recuerda con precisión, y ahora cada vibración de ese llamado se entrelaza con mi respiración, con el ritmo de mi pulso, con el temblor de mis manos, y yo no puedo detenerlo.

Hoy, durante el rito del círculo quinto, siento esa