Cap. 47 Mi niña, ¿cómo estás?
El ambiente en el vestíbulo de la Mansión La Tormenta era tenso y cargado de gritos ahogados. César, el jefe de seguridad de Lucius, un hombre de constitución sólida y rostro impasible, bloqueaba con su cuerpo el acceso a las escaleras. Frente a él, una Celeste demacrada, con el rostro hinchado por el llanto y el cabello desarreglado, forcejeaba débilmente.
—¡César, por favor! —suplicaba, su voz era un quejido lastimero.
—¡Déjame entrar! Solo quiero ver a mi sobrinita, te lo juro. No quiero hacerle daño, nunca. ¡Las cosas no son como creen!
Intentó tocar su brazo, un gesto que antes hubiera funcionado. Celeste siempre había cultivado una relación especial con el personal de Lucius.
Mientras Alba, concentrada en su trabajo y en su empresa familiar, mantenía una distancia respetuosa, pero fría con los empleados, Celeste se presentaba como la alternativa cálida y dadivosa.
Siempre recordaba cumpleaños, preguntaba por las familias, repartía propinas generosas y pequeños lujos. Había con