Un carro estacionado frente a la entrada. No cualquier carro. Ese carro. El mismo que tantas veces había visto recogiendo a Matías, llevándolo a sus compromisos, llevándolo lejos de mí. El corazón se me aceleró y mi instinto fue uno: entrar cuanto antes.
Abrí la puerta principal casi a la carrera.La primera imagen que me golpeó fue la de Matías, sentado en mi sofá, con el rostro desencajado, los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas. Angustia. Dolor. O eso intentaba reflejar.Pero no tuve tiempo de procesar nada, porque apenas crucé el umbral, sentí un abrazo que me envolvió entera.—¡Isabella! —era la voz temblorosa de Rosa, mi Rosa, la mujer que me había cuidado desde niña, casi como una madre—. ¡Gracias a Dios! Estábamos tan preocupados por ti… No sabíamos nada, pensé que te había pasado algo…Me quedé rígida unos segundos. Apenas podía asimilar el contraste.—¿Qué… qué pasa? —pregunté, desconcertada.Rosa se apartó lo suficiente par