Matías se retorció bajo el agarre de Javier. Su respiración era pesada, sus ojos me atravesaban como dagas.
—Eres una desilusión, Isabella… —espetó, casi escupiendo las palabras—. Siempre lo fuiste. Creí que eras distinta, que valías la pena. Pero mírate. Mírate con esa ropa… con ese aspecto. ¿Quién te va a tomar en serio ahora?Cada palabra era un látigo. Cada sílaba buscaba arrancarme lo poco que me quedaba de dignidad.—No sabes lo que dices… —susurré, aunque en mi interior una voz gritaba que sí lo sabía, que lo hacía a propósito para herirme.Matías se inclinó hacia adelante, forzando el cuerpo contra el bloqueo de Javier, tratando de acercarse a mí aunque no lograra avanzar ni un centímetro.—Mientras yo… —su voz temblaba de rabia— mientras yo me desvivía por ti, tú te paseabas con otros. Como si fueras…No lo dejé terminar.—¡Ya basta, Matías! —mi voz estalló con una furia que no reconocía en mí misma. Mis lágrimas por fin se derramaron, pero eran