Después de hablar en el parque por casi una hora, Livia aceptó la invitación de Luca para ir a comer algo. No tenía hambre al principio, pero la calidez de su compañía, el tono de su voz y su forma de mirarla sin juicio, le daban una sensación extraña… como si pudiera, aunque fuera por unas horas, volver a ser simplemente una mujer normal.
Luca la llevó a un pequeño restaurante familiar a las afueras de la ciudad, alejado del bullicio, donde nadie la reconocería. Compartieron pasta fresca, pan caliente y una botella de vino barato pero delicioso. Livia, por primera vez en mucho tiempo, se rió de verdad. Luca tenía un humor sutil, atento, y sabía cuándo cambiar el tema si ella bajaba la mirada.
— ¿Y tú? —le preguntó Livia mientras bebía un poco más de vino—. ¿Trabajas en el restaurante?
—Ayudo a mi tío. Es suyo. Pero tengo otros proyectos. Pequeños negocios —respondió con naturalidad—. Nada tan elegante como tu esposo, claro.
Ella se tensó un poco.
—No quiero hablar de él.
Luca asintió