El mar como testigo

— ¡¿QUÉ?! —Sofía casi se atraganta con el café al escuchar a Livia.

Estaban en la terraza del hotel, al borde de la piscina, en unas tumbonas con sus batitas blancas de baño. Era temprano, el sol apenas empezaba a subir, y ya tenían café caliente, tostadas y fruta sobre la mesa.

Livia, aún con las mejillas encendidas, bajó la vista.

—Baja la voz…

— ¡No puedo bajarla! ¡Me estás diciendo que fuiste tú quien lo besó primero! ¿Tú?! ¿Mi Livia del convento?

—Shhh —insistió Livia, llevándose una mano a la cara—. Fue en el jacuzzi. Todo se dio… y simplemente lo hice.

Sofía se inclinó hacia ella como si compartieran el secreto más jugoso de la historia.

—Y dime. ¿Cómo fue? ¿Cómo te sentiste?

Livia sonrió tímidamente.

—Al principio… nerviosa. Intenté tocarlo… ya sabes, darle placer. Pero lo hice todo mal. Me sentí torpe, tonta… como una niña jugando a ser mujer.

— ¿Y él?

—Fue… paciente. Cariñoso, incluso. Me dijo que no quería que fuera como las demás. Que le gustaba que fuera yo. Torpe, pero…
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