No había pasado ni un día desde la fiesta cuando Dante, aún con el eco de la sonrisa de Luca en su mente, dio una orden seca a uno de sus hombres de confianza:
—Averigua todo sobre ese bastardo. El de la copa. El que se atrevió a hablar con mi esposa.
Nicolo asintió sin dudar. En menos de doce horas, tenía un informe sobre "Leonardo D'Alba", supuesto empresario milanés. Sus documentos eran impecables, pero había algo que no cuadraba. Nadie en Milán lo conocía. Y en una red tan cerrada como la suya, eso era más que sospechoso.
— ¿Dónde está ahora? —preguntó Dante con voz baja, mientras miraba la foto impresa en la carpeta.
—En su apartamento del centro. Solo. ¿Quieres que lo vigilemos?
Dante se puso de pie lentamente, sus ojos grises encendidos con furia.
—No. Quiero que lo traigan aquí.
Luca no lo vio venir.
Iba saliendo de su edificio cuando un auto negro frenó junto a él. Antes de que pudiera reaccionar, una capucha negra le cubrió la cabeza y dos pares de manos lo arrastraron dentr