El amanecer se filtró por las cortinas como un intruso silencioso. Cassandra abrió los ojos, sintiendo cada músculo de su cuerpo tenso, como si hubiera estado luchando toda la noche. Quizás lo había hecho, en sueños. Las palabras de Thomas seguían resonando en su cabeza como un eco interminable: "Nunca dejé de amarte. Nunca."
Se incorporó lentamente. La casa estaba sumida en un silencio que contrastaba con el tumulto de su interior. Emma dormía plácidamente en su habitación, ajena al terremoto emocional que sacudía a su madre. Cassandra se abrazó a sí misma, intentando contener los pedazos que amenazaban con desprenderse.
—Mentiras —susurró para sí misma—. Siempre han sido mentiras.
Se levantó y caminó descalza hasta la cocina. El café caliente entre sus manos era lo único que parecía real en ese momento. Todo lo demás —Thomas, sus palabras, el pasado que volvía como una marea imparable— parecía flotar en una dimensión paralela, demasiado dolorosa para ser cierta.
Después de dejar a E