El reloj de la sala marcaba las siete y media cuando el timbre sonó. Cassandra se miró en el espejo del recibidor, ajustó un mechón rebelde detrás de su oreja y respiró hondo. Cada visita de Thomas era como un pequeño terremoto que sacudía los cimientos de la vida que había construido sin él. Abrió la puerta con esa máscara de indiferencia que había perfeccionado durante los últimos meses.
—Llegas temprano —dijo, haciéndose a un lado.
Thomas entró con una bolsa de papel en las manos y ese aroma a colonia que ella seguía reconociendo incluso con los ojos cerrados.
—Traje pizza. Pensé que a Sofía le gustaría.
—Acaba de terminar su tarea. Está en su habitación.
El silencio entre ellos se había convertido en un tercer personaje, siempre presente, siempre incómodo. Thomas dejó la pizza en la cocina mientras Cassandra preparaba platos, evitando mirarlo directamente. Cada vez que él venía, ella construía muros invisibles, pero cada vez, también, alguna piedra se desprendía sin que pudiera ev