La canción me atrapó desprevenida. Estaba conduciendo hacia la galería, con la mente ocupada en la nueva exposición que debía organizar, cuando las primeras notas se deslizaron por los altavoces de la radio como un intruso inesperado. Mis dedos se congelaron sobre el volante mientras el mundo exterior se desvanecía.
No era solo una canción. Era una máquina del tiempo.
Universidad de Bellas Artes, 2010. La fiesta de primavera. Thomas con una camisa azul arremangada hasta los codos, el cabello ligeramente despeinado, una copa de vino barato en la mano. Yo con un vestido blanco que había comprado especialmente para esa noche, nerviosa, expectante. Nuestras miradas encontrándose a través de la habitación llena de gente. Y luego, como si el universo conspirara a nuestro favor, esta canción comenzando a sonar.
"¿Bailas?", había preguntado él, extendiendo su mano hacia mí.
Y yo, que nunca había sido particularmente valiente, había tomado esa mano sin dudar.
Un claxon me devolvió bruscamente