El recital de primavera. Tres palabras que provocaban un caos organizado en la escuela primaria cada año. Padres nerviosos, maestros al borde de un colapso, y niños que alternaban entre la emoción desmedida y el pánico escénico. Yo había pasado por esto antes, siempre sola, siempre siendo madre y padre a la vez, siempre con una sonrisa que ocultaba el vacío de un asiento vacío junto al mío.
Pero este año era diferente.
—Quiero que papá me lleve al recital —dijo Emma mientras le cepillaba el cabello frente al espejo de su habitación.
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire como burbujas de jabón, frágiles y brillantes. Mis manos se detuvieron a medio camino, el cepillo enredado en un mechón rebelde.
—¿Qué? —pregunté, aunque la había escuchado perfectamente.
Emma me miró a través del espejo, con esos ojos que eran un reflejo exacto de los de Thomas. Ojos que veían más allá de mis defensas, que leían mis miedos como si estuvieran escritos en mi frente.
—Quiero que papá me lleve al r