El aroma a café recién hecho y tocino crujiente me despertó antes que el despertador. Por un momento, desorientada entre el sueño y la vigilia, me pregunté si había regresado en el tiempo. A esas mañanas de domingo donde Thomas preparaba el desayuno mientras yo dormía un poco más, agotada después de una noche de amor y susurros.
Pero el calendario en mi mesita de noche me devolvió a la realidad: 2023. Siete años después.
Me levanté despacio, envolviendo mi cuerpo en una bata de seda que había comprado precisamente porque no se parecía a nada que hubiera usado cuando estábamos juntos. Como si cambiar de ropa pudiera borrar la memoria de su tacto en mi piel.
Bajé las escaleras siguiendo el aroma y las voces. La de Emma, aguda y melodiosa, cantando algo que me resultaba extrañamente familiar. Y la de Thomas, más grave, acompañándola en los estribillos.
Me detuve en el umbral de la cocina, invisible para ellos, absorbiendo la escena como quien contempla un cuadro en una galería: Thomas fr