Ariadna no paraba de caminar de un lado a otro en la habitación. Los secretos de su madre la asfixiaban. ¿Cómo había podido ocultar todo esto? La historia de Oliver Thorne y el pequeño Elías resonaban en su mente, una melodía amarga y trágica. Su madre, una curandera, la “guardiana de la tierra”, había guardado un pasado que la había consumido y que, ahora, parecía reclamarla de nuevo.
—¿Por qué me mentiste, mamá? —la voz de Ariadna era un murmullo quebrado, lleno de dolor y traición—. ¿Por qué me ocultaste quién eras, toda esta vida de la que me has hablado, pero que nunca me mostraste?
Elena, sentada en el borde de la cama de hospital, se veía frágil, sus manos temblaban sobre su regazo. La misma vitalidad que emanaba de ella al sanar a otros parecía abandonarla lentamente. Había algo más que una enfermedad en sus ojos. Había una culpa antigua que la estaba devorando.
—No te mentí, mi pequeña. Te protegí —dijo Elena con una voz débil, casi un suspiro—. Después de que Oliver… diera s