erlín, Alemania
Emilia
Todavía siento su abrazo. Aún cuando me separé de Viktor hace horas, el calor de su cuerpo permanece, como un escudo invisible contra el miedo. Su presencia no borra la amenaza de mi padre, pero la hace soportable, haciéndome saber que no estoy sola. Y eso me da una fuerza que no sabía que tenía.
Si logramos destruir a Reinhard, todo esto se acaba. Las amenazas, el terror y las pesadillas. Él dejará de tener poder sobre mí.
Esa idea me guía mientras nos reunimos en el despacho. Es tarde, quizá las tres o cuatro de la madrugada, pero ninguno tiene intención de dormir. La noche se ha convertido en nuestro campo de guerra, el silencio en nuestro aliado más útil.
Los papeles están esparcidos por toda la mesa. Konstantin está en un extremo con su computador portátil, murmurando cosas que no comprendo mientras sigue líneas de transferencias bancarias. Viktor está a mi lado, serio, apoyado en el respaldo de la silla, con los brazos cruzados sobre el pecho. Su ceño frun