Berlín, Alemania
Viktor
El sol apenas está saliendo de nuevo y yo ya estoy de regreso en la oficina luego de haber ido al baño. Todavía sigo rodeado de sombras y planes a medio ejecutar. Las pruebas que conseguimos anoche siguen en la pantalla, pausadas en una escena que podría destruir imperios. O al menos, el de Reinhard Schäfer.
He pasado gran parte de la madrugada revisándolo todo una y otra vez, en silencio, con una taza de café que ahora está fría y olvidada sobre la mesa. No confío en nadie más para validar lo que mis propios ojos ya vieron: tenemos a ese bastardo.
Y pienso usar cada segundo de ventaja que esto me ofrece.
Marco un número cifrado en mi teléfono, uno que no utilizo desde hace meses. Del otro lado de la línea, una voz familiar responde. Formal. Precisa.
—¿Al fin decides usar tu carta blanca? —pregunta el juez Klause Reinhardt, un viejo contacto que me debe más de una.
—Tengo algo que necesitas ver —respondo.
Tres horas más tarde, estamos sentados frente a frente e