Berlín, Alemania
Viktor
No debería dolerme tanto. No debería sentir esto. Esta furia visceral, este odio mezclado con aversión y repulsión. No debería importarme. No después de lo que hizo.
Así que para deshacerme del malestar, acelero el vehículo a fondo. Emilia suelta un jadeo y se aferra al borde del asiento.
—¡Viktor, más lento!
No la escucho. No quiero escucharla. Si lo hago, si dejo que su voz penetre en mi cabeza, voy a perder lo poco que me queda de cordura. Voy a ceder. Y no puedo permitirme eso. No después de la forma en que me engañó.
Ella sigue hablándome, pero su voz se mezcla con los recuerdos que se estrellan contra mi cráneo como balas disparadas a quemarropa. El primer día que la vi. Los ojos violetas que me hicieron detenerme. El temblor en sus manos cuando me miró por primera vez.
Todo fue una vil mentira.
—¡Viktor, por favor!
Mis nudillos están blancos alrededor del volante. Mentira. Todo fue una maldita mentira. Desde el primer momento, desde el instante en que m