Berlín, Alemania
Viktor
El maldito teléfono suena como una explosión en mis oídos. Abro los ojos de golpe, sintiendo el peso cálido de Emilia aún dormida a mi lado. El mundo parece tranquilo por un instante, pero en cuanto veo el número en la pantalla, sé que no lo es.
—¿Qué pasa? —gruño al contestar.
—Nos están atacando, jefe. La bodega principal… es un jodido infierno. —La voz de Henrik, uno de mis hombres de mayor confianza, suena grave y alterada.
El estómago se me revuelve. —Voy en camino.
Cuelgo y me levanto de la cama de un tirón. Emilia se remueve bajo las sábanas, murmurando mi nombre, pero no puedo detenerme. Me visto a toda prisa: pantalones oscuros, camiseta negra y la funda del arma bajo mi chaqueta.
—Viktor… ¿qué pasa? —Su voz es suave y somnolienta.
—Quédate aquí. No salgas de la mansión.
Mis palabras son secas y cortantes. No puedo perder tiempo explicando. Ella abre la boca para protestar, pero ya estoy fuera de la habitación, cerrando la puerta tras de mí.
Para cuand