Berlín, Alemania
Emilia
Estoy en mi habitación, sentada sobre la cama con las rodillas recogidas contra el pecho. Mis pensamientos no dejan de girar en torno a él. Al beso. A la sensación de sus labios devorando los míos como si no pudiera detenerse. A la forma en que su brazo me envolvió anoche, fuerte y seguro, como si quisiera protegerme incluso en sus sueños.
Mis dedos se deslizan por mis labios, como si pudieran recrear el calor de su boca. ¿Qué estamos haciendo? La puerta se abre de golpe, interrumpiendo mis pensamientos.
—¡¿Emilia?! —La voz aguda de Helena retumba en la habitación antes de que ella misma entre dando saltos y riendo como una niña. Sus rizos oscuros rebotan mientras me señala con un dedo acusador—. ¡¿Qué demonios hiciste?!
La miro sin entender. —¿De qué hablas?
—¡¿De qué hablo?! —chilla, cerrando la puerta detrás de ella—. ¡Se ha corrido la voz de que Viktor Albrecht está tratando a su sirvienta como si fuera una maldita reina!
Mi estómago da un vuelco.
—Eso no e