Amelie Manson
Después de la inesperada visita de Damián—si es que así podía llamarla—, todo cambió en mi vida. Finalmente, mi madre y mis hermanas se enteraron de la paternidad de mi hijo. La verdad que tanto había ocultado salió a la superficie de la peor manera.
Joseph, mi pequeño, seguía ajeno a todo, sonriendo en brazos de Hanna o durmiendo tranquilamente en la cuna, mientras mi mundo se desmoronaba.
Tomé un par de días fuera de la compañía. Necesitaba respirar lejos de aquel lugar corrompido. Incluso mis ansias de venganza parecían desvanecerse. Aun así, mi maldito instinto altruista me obligaba a seguir, porque Feldman no solo era un apellido, era también el sustento de cientos de empleados que nada tenían que ver con la podredumbre de sus dueños.
Al tercer día regresé. La rutina de siempre: salir de casa a las 7:30, llegar a la compañía, saludar con una sonrisa forzada y caminar hasta el elevador. Pero esa mañana fue distinta. Desde que crucé las puertas, las miradas me persigu