Damián Feldman
Veía a mi hermana como el ser más detestable del universo.
—¡Es mi culpa! Esa maldita mujer no ha hecho más que arruinarme la vida. —gritaba, culpando a Amelie de todo lo que le estaba pasando, cuando ella era la única responsable de su miseria.
—¿Te estás escuchando, Rosalía? Dime que no es cierto lo que estoy pensando. Dime que no lo hiciste. ¡Dime que no fuiste tú! —mi voz se quebraba con rabia—. Tú no pudiste matar a mis hijos.
Su rostro cambió, primero confusión, pasando a un estado de incredulidad y al final odio.
—¿Tus hijos? —repitió burlándose, y una risa amarga le estalló en la cara—. ¡Maldito infeliz! ¿Tus hijos? No me digas que eras su amante. ¿Eras amante de la esposa de tu propio padre? Eres asqueroso, Damián, sucio.
Pasó de víctima a verdugo en un segundo.
—Te vas a pudrir en la cárcel con lo que acabas de decirme. —la rabia me atravesaba los huesos, quería arrancarle la vida en ese momento—. ¡Maldita loca!
—¿Qué vas a hacer? ¿Denunciarme? —su voz tembló