Sofia
Jamás pensé que un viaje en camioneta pudiera emocionarme tanto. Sí, esa van blanca reluciente que había conseguido casi de milagro la sentía como un carruaje real. Me senté junto a la ventana, pegando la frente al vidrio, mirando el camino mientras la brisa marina me revolvía algunos cabellos sueltos.
La Madre Superiora se sentó en el asiento del copiloto, con su porte recto y elegante, mientras Eva se tiraba en la silla de al lado mío como si fuera una adolescente de trece años, sacando el celular para grabar historias. Fernando… bueno, el padre Fernando, conducía con esa serenidad que lo caracterizaba, sus manos grandes sujetando el volante, sus dedos largos moviéndose con suavidad. Cada vez que los miraba, sentía un cosquilleo extraño en el estómago.
—Eva —dijo de pronto la Madre Superiora, girándose un poco hacia atrás para mirarla con severidad—. Si vas a quedarte una semana en el convento, recuerda que debes llevar hábito en los horarios de oración y trabajo.
Eva bufó,