Sofia
El día más hermoso
Nunca pensé que mi vida terminaría llevándome a este momento. De pie, frente al espejo del pequeño vestidor del convento, me observaba con el vestido blanco que me regaló Teresa, ese que parecía hecho con hilos de esperanza y puntadas de amor. No era un vestido ostentoso, pero tenía el encanto de lo sencillo: encaje en el pecho, mangas delicadas y una falda ligera que caía como si danzara con el aire.
Eva, la hermana de Fernando, fue quien entró primero. Su sonrisa era traviesa, como siempre, y me miró de pies a cabeza con un gesto exagerado.
—Si mi hermano no llora al verte, te juro que yo misma lo regaño —bromeó, alzando una ceja.
Reí nerviosa, y esa risa fue como un respiro antes del salto. Eva era mi dama de honor, y en medio de todo su humor tenía la calidez de una hermana mayor que me cuidaba sin descanso.
La madre superiora, tía Miranda, se acercó después, posando sus manos en mis hombros con esa serenidad que siempre transmitía.
—Hoy no solo te casas,