Sofía
Jamás pensé que esta finca pudiera convertirse en escenario de mi propia batalla interna, pero así fue. El murmullo de los hombres que custodiaban la casa se mezclaban con el eco de mis propios latidos, y justo ahí, frente al altar, escuché esas palabras que partieron en dos el rumbo de mi vida.
—Sofía no se casará con nadie —dijo con firmeza el padre Fernando, su voz tan clara que atravesó la bóveda como una campana.
Lo miré incrédula. ¿Había escuchado bien? Sus palabras se extendieron como una brisa que me envolvía el cuerpo entero. Sentí que la sangre me corría más ligera, que mis rodillas dejaban de temblar, que mi respiración encontraba un ritmo distinto.
Y lo peor, o lo mejor, fue esa sonrisa que se me escapó, suave, íntima, casi infantil. La escondí bajando el rostro, pero por dentro reía como si una parte de mí hubiera estado esperando ese gesto de valentía de su parte.
Él me defendía. A mí. Enfrente al imbécil de Leonardo.
Pero Leonardo no estaba dispuesto a ceder. S