Miranda
“Madre del Perpetuo Socorro…” fueron las primeras palabras que escaparon de mis labios mientras mis manos apretaban con fuerza el rosario que colgaba de mi hábito.
“Si hubiera sabido que hoy sería un día crucial para mi familia, habría pasado toda la noche en oración. Si hubiera sabido que el destino de Sofía, mi querida sobrina, iba a pender de un hilo, habría doblado mis rodillas hasta sangrar sobre el suelo del convento.
Pero no, aquí estoy, en esta vieja camioneta, a decir verdad no se por que no trajimos la camioneta nueva, en fin, voy rodeada de las hermanas y de mis aliados, dispuesta a entrar en una guerra que nunca pensé que libraría”.
El motor rugía bajo nuestros pies. Eva, con las manos firmes en el volante, mantenía los ojos fijos en el camino polvoriento. La tensión se podía cortar con un cuchillo. A mi derecha, la hermana Teresa respiraba agitada, murmurando letanías entre dientes.
—¡Madre superiora, apriete el pie en el acelerador! —me gritó Eva con una chis