Como los Viejos Tiempos

Elena quedó rendida, aún temblando en el sofá de la sala, su respiración acompasada entre el calor y el cansancio. Nathaniel la observó unos instantes más, acariciando su rostro dormido con un gesto suave. Había en ella una calma que contrastaba con la tormenta que rugía afuera.

No había notado nada; ni las sombras, ni la mirada clavada en ellos desde el jardín. Con un movimiento sigiloso, Nathaniel se levantó. Su andar fue firme, hasta que cruzó las puertas hacia el jardín, donde el aire nocturno todavía olía a humedad y a sangre. Y allí lo encontró.

Liam yacía medio oculto bajo los setos, jadeando, la piel cubierta de heridas y la ropa hecha jirones. Intentaba mantener los ojos abiertos, pero cada parpadeo parecía arrastrarlo hacia la inconsciencia. Aún así, alzó la mirada cuando Nathaniel se plantó frente a él.

—¿Vienes… a rematarme? —escupió Liam con una media sonrisa irónica, la sangre manando de la comisura de sus labios. —¿Lo disfrutaste? ¡Por fin alcanzaste lo que deseabas de
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