Nathaniel levantó la cabeza lentamente, sus ojos grises reflejando una mezcla de vulnerabilidad y determinación. Por un instante, el silencio entre ambos fue absoluto, apenas roto por el suspiro entrecortado de Elena y el inmenso murmullo del viento que golpeaba los ventanales de la mansión Gray.
Con un movimiento controlado, Nathaniel introdujo su mano en el bolsillo inferior de su abrigo. Sus dedos rozaron la superficie fría del pequeño estuche que había guardado durante meses, quizá años, esperando el momento justo. ¡Esperando la oportunidad anhelada!
Elena lo observó, confusa, mientras él abría la caja con la delicadeza de quien revela un secreto guardado bajo llave. Por dentro, un anillo de perlas y diamantes relucía bajo la luz tenue del salón. Era elegante, sobrio, y al mismo tiempo, irremediablemente poderoso… como él.
Nathaniel tomó su mano. —Este anillo no es un símbolo de poder —dijo con voz baja, contenida, pero firme—. Es una promesa. ¡Un compromiso de por vida!
Elena lo