La voz tras ellos llamó inmediatamente su atención, ellos giraron al mismo tiempo. La voz era familiar, se sentía familiar.
Isabella estaba allí, vestida con un abrigo negro, el cabello corto y una sonrisa que mezclaba tristeza y alegría. Su mirada, todavía llena de secretos, los desafió con un brillo felino. —¡así que no fueron capaces de esperarme!
—Siempre llegas cuando el todo está por cerrarse —dijo Amadeus con una media sonrisa.
—Y siempre me las arreglo para aparecer en la próxima puerta. —respondió Isabella, acercándose con elegancia.
Rebeca suspiró, sin sorpresa. —Supongo que el viaje será más interesante de lo que imaginaba.
Los tres subieron al barco. El motor rugió, rompiendo el silencio del puerto. Las olas se alzaron como si reconocieran a la bestia que volvía al mar.
El sol comenzaba a asomar por el horizonte, tiñendo de oro las aguas del Atlántico. Y en ese resplandor, la silueta del barco se desvaneció lentamente, rumbo a un nuevo destino.
El legado de los Blackwood y