Elena se arrodilló de inmediato, atrapando el cuerpo de Amadeus entre sus brazos. La sangre empapaba sus manos y el suelo, y un temblor recorrió su cuerpo al ver que la herida era profunda, quizá mortal. —¡Amadeus, mírame! —susurró con voz rota, tratando de mantenerlo consciente—. ¡No cierres los ojos!
A unos metros, el jefe de la mafia lanzó una risa gutural, entrecortada por su propio cansancio y las heridas. —El gran Alpha… —dijo con voz áspera, llena de desprecio—. Mira en qué lo han convertido. ¡En un débil! Y todo por una puta como Elena. —su burla resonó en el aire, profanando el silencio del campo de batalla.
Nathaniel se irguió lentamente. Su respiración era un compás de furia contenida. No podía tolerar la manera en que su primo hablaba, ni el tono con el que mancillaba lo que quedaba de aquel momento trágico.
Con un solo movimiento, veloz y preciso, Nathaniel se abalanzó sobre él. El rugido que brotó de su garganta fue lo último que el jefe alcanzó a escuchar antes de caer,