DANTE
La madrugada en Nápoles era una mezcla de ruinas y gloria. El eco de los pasos sobre la piedra vieja hablaba de un tiempo donde los pactos se sellaban con sangre y no con algoritmos. Me gustaba salir a caminar cuando no podía dormir. Y esa noche, el insomnio no era cuestión de cafeína, sino de recuerdos.
Zoe dormía —o fingía hacerlo— al otro lado de la casa. Su cuerpo había regresado con nosotros, pero su alma... no. Seguía perdida entre los sedantes, las mentiras y las cicatrices que Ethan dejó en su memoria como cuchillas mal cerradas. La deseaba de vuelta, sí. Pero no como un eco de lo que fue. La quería entera. Con su rabia. Con su lengua afilada. Con ese fuego que me quemaba el pecho y me obligaba a recordar que estaba vivo.
Me detuve frente al mirador que daba al golfo. El mar estaba quieto, pero yo no. Por dentro, era una to