ZOE
Me alejé de él como si me quemara. Como si mi cuerpo supiera lo que mi mente aún se resistía a aceptar: que amarlo seguía siendo el arma más peligrosa. La casa se sentía ajena, como si cada pasillo hubiese sido construido para asfixiarme. Caminé sin rumbo hasta encerrar mi rabia en la única celda que podía controlar: una habitación vacía en el ala este, donde el polvo aún no sabía de nuestras guerras.Me senté en el suelo, la espalda contra la pared, abrazando mis rodillas como si así pudiera contener la furia, el asco, la vergüenza. No por él. Por mí. Por seguir temblando cuando lo oigo decir mi nombre. Por seguir deseándolo cuando debería huir. Por confundir el amor con el fuego que me consume.