Extendió la mano. Dudé. Pero la etiqueta me obligó a corresponder.
Su piel estaba fría, el contacto fue demasiado prolongado. Se inclinó, rozando mis nudillos con sus labios en un gesto que pretendía ser cortesía, pero gritaba provocación. No apartó la vista de mí, aunque su sonrisa estaba dirigida a él.
—Denayt Beaumont. Ahora entiendo por qué mi querido amigo ha caído rendido a tus pies.
La mandíbula de Vincent se tensó, la vena en su cuello palpitó. Fingí, como si no me estuviera cortando la respiración.
—No cabe duda de que es verdad lo que dicen —comentó con una sonrisa malvada—: las mejores joyas siempre están ocultas.
Sus ojos se detuvieron en mí como si quisiera probar hasta qué punto podía incomodarme. Su mirada era demasiado intensa, pero la resistí.
Las reinas no bajan la cabeza.
—Joyas que no siempre están al alcance de todos —respondí con una pequeña sonrisa arrogante.
Se formó un pequeño silencio.
El tipo arqueó una ceja, divertido, mientras Vincent, a mi lado, s