Edmundo se quedó mirándola como revisando una obra de arte en busca de imperfecciones.
—Así que… tú eres Denayt Beaumont. Qué curioso. No tenía idea de que aún quedaba Beaumont en el país.
Ella hizo una leve reverencia, mantuvo la cabeza erguida. Luego tendió su mano ocultando el leve temblor en sus dedos.
—Es un placer conocerlo —respondió con voz suave, pero firme—. Vin me ha hablado mucho de usted. Y, respondiendo a su pregunta… Mis padres fallecieron hace años. Me crié con mi tía, en un lugar tranquilo, lejos de los escándalos.
Edmundo la observó como buscando fallas. Ella, sin apartar la vista, se acercó a mí y se posicionó detrás de mi silla. Apoyó sus manos sobre mis hombros, apenas un roce, pero lo sentí todo. Un leve temblor la delató.
Levanté mi mano y cubrí la suya, sujetándola con fuerza. Edmundo alzó una ceja, esbozando una sonrisa. Se percató de ese movimiento.
—Interesante. Muy interesante… —murmuró, antes de dar un paso más cerca.
Gabriel me miró. No moví ni un solo